PROMESASDEMUJERES

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viernes, 28 de enero de 2022

Sr. Moore



—¡Joder! Levanté la vista de mi cubículo deseando que nadie me hubiera escuchado, por suerte parecía que mi salida de tono había quedado oculta. Era habitual que solo se escucharan leves murmullos: nada lo suficientemente alto para llamar la atención y tener que levantar la cabeza; no es que no fuéramos cotillas, que sí que lo éramos, sino que preferíamos dejar los cotilleos para la sala del café. Siempre era reconfortante evadirse hablando de otros temas, sobre todo si se trataba de amoríos entre compañeros; así era más fácil volver a la rutina. Estaba a punto de volver a bajar la vista y centrarme en lo mío, que en aquel momento no era nada relacionado con mi trabajo, cuando, de pronto, me topé con los ávidos ojos azules de mi querida compañera de trabajo y mi mejor amiga: Carlota, que me miraba sorprendida. Después de unos segundos de duro escrutinio, decidió levantarse. Llevaba un dosier en las manos y al verlo resoplé; lo último que esperaba es que viniera a preguntarme algo. Yo no solía ser muy mal hablada, exceptuando cuando me enfadaba mucho o estaba resentida, algo un poco habitual en mí; en esos casos, las perlas que salen por mi boca son genuinas. No me enorgullezco de ello, pero es algo que nunca he podido evitar. Tengo un humor cambiante: tan pronto estoy feliz, como me siento en la más mísera desgracia. Mucha gente diría que sufro de una enfermedad mental —que no digo yo que en algún momento de mi vida no haya sido así—, aunque en línea generales prefiero pensar que es porque soy géminis; me resulta más confortante y menos preocupante, la verdad. Por suerte, después de las vacaciones de Navidad estábamos hasta los topes de trabajo; el día de los enamorados estaba más cerca que lejos y había que pulir bastantes libros para mandarlos a la imprenta, así que, mi querida amiga no se movió de su zona. Le entregó el dosier a su compañera y devolvió la vista a su mesa. Suspiré aliviada mientras escuchaba música celestial, y al rato recibí un mensaje en mi ordenador: Te has librado por muy poco. Luego me cuentas. Y ¡controla esa boca! ¡Puta loca! Se me escapó una risita que intenté ocultar con un estornudo, me atusé el pelo y devolví la vista a mi escritorio; estaba nerviosa, aun así, me froté la cara y volví a lo mío, tenía mucho trabajo por hacer.

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