PROMESASDEMUJERES

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miércoles, 12 de enero de 2022

Serie Pijas y Divinas




Porque tú lo vales

Una novela romántico-erótica rodeada de situaciones divertidas, llenas de sensualidad y seducción y una trama repleta de trampas, errores y mucha química sexual.

Me llamo María Asunción Peralta de la Merced y Luengo Medina. ¿A que es un nombre elegante? Como no podía ser de otro modo, en mi círculo social todos tenemos nombres similares, aunque cuando cumplí los quince elegí uno más abreviado e igual de elegante: Sun.

Hay gente que piensa que haber crecido en una familia adinerada, sin tener que trabajar y con la vida resuelta, es una maldición.




Segundo volumen de «Pijas y divinas», una saga gamberra y divertida, con una trama repleta de trampas, errores, química sexual, romanticismo y mucho erotismo.

De una boda, en teoría, sale otra boda.

Chorradas.

¡Qué más quisiera yo!

Porque os seré franca, quiero casarme cuanto antes, pero no me sirve cualquiera.

En mi entorno familiar, el matrimonio es un arte, o al menos así me lo ha explicado mil veces mi madre.

He tenido novios y pretendientes; sin embargo, ninguno cumplía todos los requisitos, empezando por una cuenta bancaria saneada. Ya sé lo que estáis pensado, no hace falta que me lo digáis, pero antes escuchad mis razones.





Tercer volumen de «Pijas y divinas», una saga gamberra y divertida, con una trama repleta de trampas, errores, química sexual, romanticismo y mucho erotismo.

Digan lo que digan, tener un affaire con un compañero de trabajo siempre sale mal, y si además yo soy la jefa, la situación es aún peor.

No me preguntéis por qué, pero es así. Si un jefe se enrolla con una subordinada se entiende, se tolera, incluso se halaga y aplaude. Sin embargo, cuando el jefe es una mujer, se critica, se censura y si, al final la cosa acaba mal, es ella quien paga el pato. ¿Me equivoco?

De mí se dicen muchas cosas: que soy altiva, déspota, adicta al trabajo, metódica en exceso, inflexible..., pero no son más que halagos, por supuesto.

A pesar de todo cometí el error de mirar de forma poco profesional a Fernando. Si él se percató, no dio muestras de ello, y como ocurre el noventa y nueve por ciento de las veces, cuando alguien te gusta, te portas como una auténtica hija de perra. Tenía el poder para hacerlo y lo hice. Mi lado más competitivo salió a la superficie y metí la pata.

Hace poco más de dos años organizamos en la empresa una fiesta para agradecer a mi padre sus años de dedicación y pasarme a mí el testigo. No era más que una maniobra de imagen porque, de facto, yo ya tenía las riendas. Una fiesta elegante, todos con sus mejores galas y, en un momento de torpeza inexcusable, se me volcó la copa y le manché el traje. Justo a él, no podía haberme pasado con otro invitado. No, fue con él.

Y allí ocurrió lo impensable...

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