EN LA FRONTERA NO HAY MÁS LEY QUE EL HIERRO.
Lo llamaban Fierro. Y era mentira. La verdad era su pasado y el pasado, una condena que prefería olvidar. No tenía nada, ni siquiera futuro. Por eso vivía en la frontera, un pedazo incierto de tierra olvidado por todos, un lugar maldito donde moros y cristianos sembraban muerte a su antojo. Su único consuelo eran las colmenas. A ella, perdida en aquel amargo pasado, siempre le gustó la miel. Sus recuerdos de la batalla de Alarcos lo perseguían y atormentaban, porque allí la perdió a ella, a su futuro hijo y estuvo a punto de morir él también.
Lo llamaban Fierro. Y era mentira. La verdad era su pasado y el pasado, una condena que prefería olvidar. No tenía nada, ni siquiera futuro. Por eso vivía en la frontera, un pedazo incierto de tierra olvidado por todos, un lugar maldito donde moros y cristianos sembraban muerte a su antojo. Su único consuelo eran las colmenas. A ella, perdida en aquel amargo pasado, siempre le gustó la miel. Sus recuerdos de la batalla de Alarcos lo perseguían y atormentaban, porque allí la perdió a ella, a su futuro hijo y estuvo a punto de morir él también.
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