De espectadora
No conocía las múltiples facetas de una
lengua traviesa. Eric movía la suya
dentro de mi boca como si tuviera vida
propia. Alrededor de mis dientes,
aspirando mi lengua y sobre mis labios,
que se abultaron ansiosos por devorar
los suyos.
«¿Te asusta lo que ves?», me
preguntó. Yo no podía apartar la vista.
Mi jefa estaba sobre la mesa, con
Miguel entre sus piernas. Tengo que
reconocer que el chico era habilidoso.
La visión me excitaba, me turbaba,
me inquietaba. Sentí una mezcla de
vergüenza y confusión.
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