
Cuando poso mis ojos sobre la delicada hembra humana, esclavizada por el contrabandista al que estoy a punto de estafar, hago lo que haría cualquier otro macho. Se la arrebato. Es lo que mejor hago, después de todo.
Ahora Fran es mía, y jamás voy a renunciar a ella. En mi nave, estará a salvo. Llevará mis ropas, comerá mi comida y dormirá en mi lecho. La mantendré a salvo de una galaxia que quiere hacerle daño. Pero mi dulce Fran no desea sino volver a su hogar en la Tierra. ¿Cómo puedo devolverla cuando tiene mi corazón apretado en su delicada mano con cuatro dedos y un pulgar?
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